Cuando se nace con una vocación muy definida, todas las actitudes de nuestra vida apuntan a ordenar

Cuando se nace con una vocación muy definida, todas las actitudes de nuestra vida apuntan a ordenar
Cuando se nace con una vocación muy definida, todas las actitudes de nuestra vida apuntan a ordenar el tiempo, la economía, las ideas y el destino final de lo que hagamos. Este ha sido mi dogma desde la niñez. No pude jamás dejar pasar la vida en estado de pura contemplación- Elegí, entonces, el camino de las artes, que sin duda. Han colaborado en escribir el desarrollo de la humanidad. La plástica y sobre todo la escultura, ha perdurado a través de los milenios gracias a los materiales empleados: piedra, hueso, marfil arcilla y luego oro, hierro y bronce. Toda la historia del hombre puede leerse a través de la escultura. He ahí el valor de la “trascendencia”.

sábado, 3 de agosto de 2013

Yo quise ser Roberto Rosas, veía en él lo bueno, lo justo, lo deseable, quería pararme frente a las cosas y las personas con esa impenetrabilidad que demuestran los que saben: qué, cómo y cuándo. Parecerse, o mejor aún, ser Rosas, era transformarme en un personaje admirado y vituperado a la vez, son esas raras y definitivas posiciones que surgen únicamente cuando un sujeto es importante, eso era ser importante con sus consecuencias.
Él es como un árbol, profundamente fijo a la tierra, parado por sus propios medios, con múltiples ramas que se alejan de su centro de las que salen frutos y semillas que se esparcen en direcciones impensadas, cobijo, sombra y oxígeno. ¿Cuántos germinaron de él? Yo creo que muchos.
Roberto Rosas no es mezquino, deja que sus semillas se le vayan, le gusta que eso pase, no pide nada a cambio y quizás podría. Yo quise ser así, quise ser un árbol que resiste la tormenta con lo que tiene y lo que es, que a veces florece y otras aguanta. Porque lo poderoso es resistir la consecuencia de tomar una decisión, estar ahí parado y quedarse aunque se venga el diluvio. Yo quise sentir esa claridad, quise ponerme acá y acá quedarme, quedarme porque podía creer en eso más que en todo el bullicio del mundo, quedarme para fundar otro mundo.
Siempre tuvo las manos grandes y rústicas de hacer cosas, de meterlas en el metal y sacar gente de ahí donde parecía solo haber: chatarra, óxido y filos urticantes. En esas manos cabían muchas cosas, cabía su casa modesta en Villanueva y su enorme taller de El Bermejo, cabían las vistas de otros artistas, de personas comunes, de niños, cabía la responsabilidad de ser él, de multiplicar el mensaje del que estaba convencido a cuanta persona quisiera escucharlo, en esas manos cabía yo, y estaba bien, siempre fue un lugar seguro.
Yo quise ser Roberto Rosas, porque cuando llegaba a algún lugar, su imagen delgada era preponderante, porque su discurso se oía sin fisuras, porque era ingenioso y enfocado, a veces tiránico por vehemente, y yo creía que era así como se decía la verdad, con la rudeza de una trompada en el rostro, porque sus esculturas pasaron del grito desgarrado al susurro y la sutileza, pero su discurso no. Y es que las cosas son como son y yo quería saber cómo eran y poder decirlas simples y directas, sin eufemismos ni trampas semánticas. No quiero decir que tuviera razón, quiero decir que yo quería creer así en las cosas, porque así se construyen los basamentos de lo que se termina pareciendo a uno, porque así es como se logra fundar otro mundo dentro del mundo.
Yo quise ser Roberto Rosas porque es deseable vivir rodeado de las cosas que uno hace, que el lugar en que uno está tenga la temperatura, el color y la dinámica de lo que se quiere. Levantarse de la cama y estar en el taller y andar en eso todo el tiempo, paralizar la urgencia y construir lo importante. Yo quise ser él porque lo veía feliz y decidido, porque él podía… lo que se proponía, podía.
Con el tiempo me di cuenta que no era buena idea ser otro y dejé de desearlo, aprendí a verlo como se ve al prójimo, diferente y falible, aprendí a quererlo como persona y no como una figura colosal e imposible o tal vez digo esto porque no pude ser él a pesar de mis intentos…
Entendí entonces que eso que se me antojaba maravilloso, que parecía ser una iluminación divina, eso que me creí obra del azar, eso que “te toca”, no era otra cosa que voluntad. Quizás esté ahí el verdadero legado que germinó en mí. g
Quise ser Roberto Rosas y lo logré por algunos años, repetí su discurso como un mantra, imité sus gestos y me apuré a opinar como si me avalaran los 38 años de más que él tiene, pero con el tiempo descubrí que solo soy su hijo y qué bueno que así sea.


Fernando Rosas
Artista plástico

Mendoza, Junio 2012

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