Por aquello de que “dios está en todos lados,
pero atiende en Buenos Aires”, la mayoría de los artistas del interior dejan su
tierra y vienen a la Capital Federal. Roberto Rosas es una excepción. Nació en
Guaymallén, Mendoza, en 1938 y desde allí sigue creando, haciendo docencia y si
casa-taller es el lugar de reunión de los artistas mendocinos. Siempre estoy
invitado y es un placer intentar cambiar la historia de la difusión de sus
obras y dialogar con los creadores cuyanos.
Recién en 1970 Roberto abandonó la pintura
para dedicarse a la escultura. Trabaja el hierro y a fuerza de soldaduras arma
personajes, que tienen su impronta. No son muchos en nuestro país los artistas
a quienes llamamos amigablemente “herreros”, por el material que utilizan. En
la década del 70 ningún escultor tuvo tanto suceso como Rosas. Sus siete muestras en Arthea fueron un éxito
nunca repetido. Y otro tanto ocurrió en Krass, de Rosario. Hoy se pueden contar
en 1000 las esculturas de Roberto Rosas en manos privadas o instituciones
públicas.
No le gusta que le hablen de escultura
moderna. Él cree, y con razón, que hay buena o mala escultura. Él modela en su
cabeza, pero las manos las utiliza para el martillo, la fragua y el soplete.
Tiene además una estupenda técnica para darles una pátina de color. Una de sus
muestras más recordadas fue la realizada en el Museo Sívori hace una década con
veinte creaciones, donde sus pájaros, niños, animales y flores exóticas estaban
presentes.
Su última obra, recién estrenada es su casa
de Bermejo, es un gran relieve de extraordinaria ejecución, que ha realizado en
cemento. Sin dudas, desde su querida Mendoza, Rosas es universal.
Igancio Gutierrez Zaldivar
200 años de arte - Escultores
2010
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